El número de fallecidos en la operación policial más mortífera de la historia de la ciudad brasileña ascendió a 132 personas, según las autoridades estatales.
Los cadáveres de los hombres yacían en una fila sobre el pavimento de una plaza de la periferia de Río de Janeiro.
Según los vecinos, muchos estaban semidesnudos y solo llevaban ropa interior para que los familiares pudieran identificarlos con mayor facilidad. Otros estaban envueltos en sábanas, protegidos de la multitud y de las cámaras de periodistas y transeúntes.
Durante la noche sacaron decenas de cadáveres de una zona boscosa cercana, lo que elevó considerablemente el número de víctimas mortales de una operación policial a gran escala contra las bandas de narcotraficantes, y mostró la magnitud de la violencia que había aterrorizado a esta zona de bajos ingresos apenas unas horas antes y que conmocionó a muchas personas en Brasil.
“Seguían llegando más cadáveres”, dijo René Silva, dirigente comunitario de un barrio donde se llevaron a cabo las redadas, y calculó que los voluntarios habían recuperado entre 50 y 60 cadáveres durante la noche. “Madres, esposas, hijos estaban allí, llorando”.
El miércoles, aún no estaba claro cuántas personas habían fallecido en la operación más mortífera contra el crimen organizado en la violenta historia de enfrentamientos entre la policía y las bandas de Río de Janeiro. Los primeros cálculos de la oficina del defensor público estatal situaban el número de víctimas en 132 personas, entre ellas cuatro agentes de policía.
Aún persistían las preguntas sobre cómo se había desarrollado la vasta operación, si había transeúntes inocentes atrapados en la sangrienta batalla y quién era exactamente el responsable de todos los asesinatos. Y el miércoles, un funcionario reconoció que no se había logrado el objetivo principal: capturar a un alto dirigente de la banda.
Para muchos residentes, la primera señal de problemas se produjo hacia las 3:30 a. m. del martes, con los ladridos frenéticos de los perros. Dijeron que, poco después, cortaron internet y la electricidad. Hacia las 5:00 a. m., justo antes del amanecer, se oyó el crepitar de los disparos, cuando estalló una batalla entre agentes de policía y miembros de una banda.
“Nos despertamos con el ruido de los disparos”, recordó Silva. “Disparos de aquí, de allá, de todas partes”.
Unos 2500 agentes de policía, en decenas de vehículos blindados, llegaron a la zona en busca de narcotraficantes que sospechaban que estaban vinculados a un poderoso grupo criminal conocido como el Comando Vermelho. Dos helicópteros de la policía sobrevolaban la zona.
Los miembros de la banda tomaron represalias, utilizando drones para lanzar explosivos desde el cielo, según imágenes de la policía. Columnas de humo llenaron el cielo sobre las casas de bloques de hormigón, mientras los traficantes incendiaban coches y los utilizaban como barricadas para impedir la entrada de la policía.
Atrapados en medio, los residentes se escondieron en sus casas o salieron corriendo a trabajar en otras partes de la ciudad, esquivando la lluvia de balas. Las escuelas cancelaron las clases, se cerraron los centros de salud y los comercios mantuvieron sus puertas cerradas.
“Era pura desesperación”, dijo un residente, que pidió mantener el anonimato por temor a las represalias de la banda que controlaba el barrio. “Corrí y metí a mis hijos en mi habitación, el rincón más seguro de la casa. Nos quedamos allí, sin saber qué pasaba afuera”.

Por la tarde, el caos se extendió a otras partes de la ciudad, ya que los miembros de la banda secuestraron autobuses y los utilizaron para bloquear carreteras en las franjas norte y oeste de Río, incluida una que conducía al aeropuerto.
A última hora de la tarde, los disparos seguían resonando en la zona, según los residentes. Cuando por fin se hizo el silencio, estaba completamente oscuro.
La policía declaró rápidamente que la vasta operación había sido un triunfo, afirmando que había matado a unos 60 delincuentes. Pero cuando un grupo de voluntarios salió de sus casas y empezó a buscar a los desaparecidos, quedó claro que el número de muertos era mucho mayor.
Durante toda la noche, los residentes buscaron en los bosques cercanos. El miércoles habían recuperado allí unos 70 cadáveres. No estaba claro qué relación tenían con la banda, si la tenían, ni quién era el responsable de sus muertes.
El episodio, extraordinariamente sangriento, conmocionó a Río, una ciudad que no es ajena a las escenas de bandas que luchan contra la policía y entre sí. También conmocionó a Brasil justo cuando el país latinoamericano se prepara para recibir a delegaciones de todo el mundo con motivo de la conferencia de la ONU sobre el cambio climático, con actos previstos en Río y en la ciudad amazónica de Belém.
El miércoles, el presidente Luiz Inácio Lula da Silva envió a un comité de sus ministros en viaje de emergencia a Río, y el gobierno federal se comprometió a ayudar en la investigación forense. Lula estaba “estupefacto” por el número de muertos, según declaró a la prensa su ministro de Justicia, aunque el propio mandatario aún no había hecho declaraciones públicas.
Las redadas suscitaron un intenso debate sobre los métodos de mano dura que las autoridades de Río emplean desde hace tiempo para combatir, con éxito desigual, el crimen organizado.
El gobernador del estado, Claúdio Castro, se apresuró a calificar las redadas como exitosas, señalando la detención de 113 personas que la policía considera vinculadas al Comando Vermelho, así como la incautación de 118 armas y una tonelada de drogas.

El objetivo de la operación, según dijo Castro, era sofocar la expansión del Comando Vermelho, que últimamente ha intentado apoderarse de zonas más amplias de la ciudad. El grupo, nacido en las prisiones de Río a finales de la década de 1970, se ha expandido rápidamente en los últimos años y ahora controla territorios en todo Brasil, incluida la región amazónica.
“Ya no es delincuencia común, es narcoterrorismo”, dijo Castro el martes en una publicación en redes sociales.
En Brasil, muchos vieron la demostración de fuerza de Castro, aliado de extrema derecha del expresidente Jair Bolsonaro, como un intento de ganar puntos políticos entre los conservadores brasileños antes de las elecciones nacionales del próximo año.
Los expertos afirman que este tipo de medidas, que desde hace mucho tiempo forman parte de la vida cotidiana en los barrios empobrecidos de Río, han hecho poco para frenar la expansión de grupos como el Comando Vermelho, porque suelen dirigirse a los miembros rasos de bajo nivel, en lugar de afectar a los líderes de las organizaciones.
“Hemos visto una y otra vez que los enfoques de mano dura no desmantelan las redes delictivas”, dijo Robert Muggah, experto en delincuencia organizada en América Latina y director de investigación del Instituto Igarapé, un grupo de investigación. “Sin embargo, vemos megaoperación tras megaoperación en Río”.
El miércoles por la tarde, el secretario de Seguridad Pública de Río, Víctor Santos, declaró a un canal de noticias brasileño que las autoridades no habían podido capturar al principal objetivo de la operación.
“No conseguimos atraparlo”, dijo Santos. “Utiliza a los miembros rasos como una especie de barrera”.
Muggah dijo que, en lugar de golpear a las organizaciones delictivas con fuerza bruta, a menudo es más eficaz atacar sus finanzas, su logística o sus cadenas de suministro. En São Paulo, una operación reciente golpeó a un grupo criminal rival conocido como Primeiro Comando da Capital enfocándose en sus vínculos con la distribución de combustible y los mercados financieros.
“Es mucho más fácil, y quizá políticamente gratificante, lanzar policías contra el problema”, dijo Muggah, “que hacer el duro trabajo de desarticular realmente los flujos financieros ilícitos”.
Fuente: The New York Times







